El santuario.

23:52

Capítulo 4.
Eran las cuatro y media cuando me desperté de la siesta.
Había pasado tres horas sumida en un total sueño. Miré a mi alrededor y noté que Taylor no estaba en la habitación, lo cual me extrañó. Ya que hace un par de horas me encontraba acurrucada junto a él en esta misma cama.
Taylor entró por la puerta de la habitación con el cepillo de dientes en la mano, las gafas empañadas y el pelo mojado.
Instantáneamente, me tiré a la cama para hacer como si todavía durmiese.
Taylor vestía una toalla atada a su cadera que cubría todo su cuerpo, dejando el dorso al aire. Su pelo estaba mojado, y con delicadeza frotaba el cepillo contra sus dientes poniendo divertidas muecas enfrente del espejo de la habitación.
Yo le observaba atenta, con los ojos medio cerrados para que no me descubriera. La verdad es que Taylor estaba realmente irresistible, su dorso era precioso y ese toque de rebeldía en su pelo le hacia parecer mas interesante.
En ese momento simulé que me despertaba frotándome los ojos. Abriendo enormemente la boca, simulando un bostezo.
-Ya estás despierta. Me dijo. -En marcha, ¿que te parece si vamos a dar una vuelta por la ciudad?
Sonreí y me dirigí a la sala de estar a ponerme los zapatos. Me peiné un poco y, tranquilamente, cogí la chaqueta dispuesta a salir por la puerta.
Él, mientras tanto, se vestía con rapidez en la habitación.
Cuando terminó, yo ya le esperaba en el portal jugueteando con el picaporte de la puerta. Se agitó el pelo por última vez, y cogió las llaves.

En la calle, el viento agitaba los arboles bruscamente y los sacudía como si pretendiera robar sus hojas. Hacia frío, mucho frío. Y Taylor llevaba la bufanda morada que tres semanas antes le había regalado su hermana por su cumpleaños.
Todo parecía gris y oscuro. Con aspecto lúgubre. Daba la impresión de que hubiera sido agitado por el viento, a la vez que roto por el frío. Nadie paseaba por la calle.
En las casas, no existía señal de vida, ni cortinas abiertas, ni persianas subidas, ni berridos de bebés buscando la compañía de sus madres. Nada, todo estaba vacío.
No quería seguir ahí, todo me inquietaba. Así que en seguida, busque la mano de Taylor y la agarré con fuerza.  

Todo lo rápido que pude, le guié hasta el bosque de la ciudad con propósito de enseñarle algo.
Minutos después, conseguí llevarle hasta el enorme lago que se escondía dentro del bosque, donde había pasado la mayoría de mis veranos cuando todavía iba a la escuela. Era raro, pero siempre consideré ese lugar un sitio mágico. Apartado de la realidad.

El viento no azotaba, ni el frío nos perseguía. Todo parecía haberse parado, incluso el tiempo.
Me sentía niña otra vez y la calma que antes ansiaba, ahora toda me pertenecía. Relajadamente me senté sobre una roca, mirando el reflejo sobre el agua de la luna otoñal tan bonita.
Todo era perfecto.
-¿Que es este lugar? Preguntó Taylor.
-Mi santuario.
Me miró asombrado. Segundos mas tarde comenzó a girar la cabeza con intención de contemplar la belleza del paisaje. Suspiró y se desplomó sobre el suelo. Dándome por vencida frente a su impaciencia, decidí contarle una historia.
-Cuenta la leyenda que en este lago...
Continuará.

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